viernes, abril 29, 2016

Cómo reconstruir el hospital público.


Hace más de dos décadas el hospital público transita un constante deterioro: falta de insumos, atraso de infraestructura, designaciones informales y escenario conflictivo. Una lista de aspectos negativos paraliza a los trabajadores que lo viven con incertidumbre y desmotivación: aumento de demanda no planificada, pacientes agresivos, bajos salarios, pérdida de personal calificado, etc. La atención ambulatoria no se programa: los pacientes hacen cola desde la madrugada, para ser atendidos entre las 8 y las 12. Los médicos se concentran en la mañana, hay uso excesivo del servicio de Emergencias para patologías no urgentes.
Foto de Horacio Cardo
Una trama de intereses “congeló” su actualización transformándolos en el modelo más acabado de decrepitud administrativa, por el abandono de una gestión profesional y sensata, mientras se construyen nuevos sin plan director y graves problemas para armar planteles.
No logramos construir un Estado prestador eficiente de servicios esenciales, y ha llegado el tiempo de decisiones valientes y transparentes para el futuro del hospital desplazado de la sincronía de la realidad por gestiones encantadas con el oxímoron de un fracaso atenuado que no genere quejas públicas con impacto político, y ser más funcionales al marketing electoral que a los pacientes y la comunidad. El desafío no es el equipamiento o la estructura edilicia, sino la gestión profesional y eficiencia social. Tarea titánica será sacar al recurso humano de la letanía en que se halla, que parece no tener salida, generando una mística renovada por el compromiso social. Esa transformación implica liderazgo, pensamiento a largo plazo y modificar relaciones con la comunidad que sirven.
Dejar de reclutar personal con lógica de ofrecer bajo salario a cambio de bajo nivel de exigencia. Se termina desalentando a gente talentosa que se sacrifica, y cobra lo mismo que el que se aprovecha de “flexibilidades” para evadir su compromiso, y es arrasada por la lógica de la mediocridad, que estimula al que menos hace. La recuperación del orgullo y pasión por el servicio público debe asegurar: equidad en calidad, acceso y oportunidad, satisfacción de los usuarios y del equipo de salud, volviendo a poner a estas personas en el sitio de prestigio social y respeto que antiguamente ocuparon.
El Hospital Posadas es muestra palmaria de esa situación. A pesar del prestigio de sus profesionales, es un hospital ineficaz, ineficiente, conflictivo, sin proyecto de gestión, con sindicatos hipertróficos, politizados e informática arcaica. Su colonización política en los últimos años lo llevó a tener más de 5000 agentes cuando necesita según norma internacional unos 2000, y contar con un presupuesto que hace al costo de sus prácticas el doble de un servicio privado de máximo nivel en calidad y confort. Los presuntos sabotajes y conflictos son parte del descalabro crónico, que alteró prioridades: algunos trabajadores creen su caso más grave que el de los pacientes, y para ser atendidos cortan la atención como una calle, sin tomar conciencia de que un incumplimiento de sus obligaciones perjudica principalmente a los más pobres, que tienen como única alternativa el hospital público que dicen defender.
Mientras, la resignación se instala en los ciudadanos respecto a la calidad del servicio público de salud; se pierde la confianza de que las instituciones del Estado puedan prestar los servicios para los cuales fueron concebidas. El que puede se repliega en el ámbito privado y aleja del público. Los funcionarios parecen admitir que los servicios que administran no son buenos porque eligen los privados. Los que no tienen opción quedan rehenes de un Estado mediocre que los atiende como expresión de caridad, y sufren cada día, su fracaso e ineficiencia para brindar servicios de salud con hospitales que existen y cuestan mucho dinero a la sociedad (ausente implicaría su falta, pero están y no funcionan como la sociedad pretende).
El hospital, que a todos debiera enorgullecernos, es el capaz de acoger a cualquier ciudadano, independientemente de su nivel de ingresos, no el actual, que termina empujando a los que pueden pagarla, hacia la medicina privada y se transforma en un pobre hospital que solo cobija a los más desprotegidos que solo tienen acceso a colas incomodas, demoras interminables, salas de espera degradadas y asistencia magra. Hospital de pobre gente pobre, decisión política, que los priva diariamente de derechos elementales. Los cambios deben iniciarse con la inequívoca decisión de alcanzar un sistema de salud equitativo: entender que la misión del hospital público no es atender a habitantes carenciados, sino a todos, y abandonar la peregrina idea de que se lo defiende amotinándose dentro de el para que nada cambie, así solo lograremos que se imponga el mercado, que se dice combatir y se habrá extraviado para siempre el proyecto de construir una vida en comunidad y solidaridad.
Por Rubén Torres
Médico sanitarista.
Ex- Superintendente de servicios de salud
Leído en Diario Clarín.

1 comentario:

Unknown dijo...

Creo que es muy acertado su articulo. El hospital público no es el hospital de la pobreza sino el hospital de los ciudadanos y para estos y en función de estos es que debe servir. Detrás de todo esto hay problemas de concepción algo así como que "si es gratis confórmate con lo que te damos; también hay problemas de mala administración de los recursos y de burocratismo carga que le viene dada por su dependencia de la administración pública y finalmente hay una situación de conformismo por parte de quien acude a la institución pues casi como que asume una cultura de normalidad para lo que de ninguna forma debe aceptarse como tal. La mediocridad no debe ser el modo natural de la gestión pública sino la excelencia como servidor, que debe ser su papel.